Historia de la librería y del “gremio” de los Abárzuza

Los Abárzuza

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Revista TK de la Asociación de Bibliotecarios de Navarra / Nafarroako Liburuzainen

Elkartea Núm. 15 diciembre 2003

TK Aldizkaria Asociación de Bibliotecarios de Navarra / Nafarroako Liburuzainen

Elkartea 15 zenbk. 2003ko abendua

Redacor: Nacho ETCHEGARAY

En el mundo del libro de Pamplona hablar del apellido Abárzuza es inexcusable. Una familia que desde los años 40 ha estado muy ligada al negocio del libro, un negocio vivido como vocacional, transmitido de padres a hijos. Hoy mismo los encontramos repartidos por diversos lugares, la librería Abárzuza de la calle Santo Domingo, la librería Iratxe de la Bajada de Javier, Patxo y Pablo trabajando en Xalbador, y María yendo de feria en feria con el libro antiguo. Aprovechando que varios de ellos estaban con sus casetas en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Pamplona, les hemos abordado para que nos cuenten parte de su historia. Nos hemos sentado con Kike, responsable de la librería Iratxe, y Marcela, de la librería Abárzuza, y les hemos dejado hablar. A continuación podéis leer un resumen de todo lo que nos han contado.

Los inicios

Marcela: Nuestro abuelo, Andrés Abárzuza, era conserje del Ayuntamiento y vivía en el propio Ayuntamiento, arriba del todo. En los años 40 abrió, junto a su hijo Manuel, la primera tienda de libros en la entonces llamada Bajada de Carnicería, una calle entre el Ayuntamiento y el Mercado en la que había tiendas. Era una librería principalmente de novelas de cambio, y adoptó el nombre de Librería Abárzuza.

Kike: Años más tarde, mis padres (Manuel y Narcisa) abrieron otra librería, “El Bibliófilo”, en Carlos III, no al lado de los Capuchinos como estuvo después, sino enfrente. Además de la librería tenían una distribuidora, llamada Distribuidora Pamplonesa de Publicaciones, en la calle Amaya, en los locales que años más tarde ocuparía la librería Andrómeda. Allí mantenían una librería abierta al público y una distribuidora de revistas, periódicos, tebeos…. En la librería de Carlos III funcionó una biblioteca circulante, de préstamo, que hacía las funciones de una biblioteca. El préstamo o alquiler duraba entre 15 y 20 días, y si el lector lo devolvía con retraso se le hacía un recargo en el alquiler. También en los años 50 llegaron a abrir otra librería en la esquina de la calle Mayor, donde luego se instaló la cafetería Delicias; el local se llamó BiblioPamplona Apezarena, Apezarena por ser el apellido de mi madre, y es que era ella la que llevaba el negocio.

Marcela: En 1952 se reformó el Ayuntamiento y las tiendas de la Bajada de Carnicería desaparecieron. Entonces nuestro abuelo junto a mi padre (Víctor) y posteriormente mi madre, se instalaron en la calle Nueva, con el nombre de “La Feria del Libro. Abárzuza”.

Kike: En 1967 mi padre alquiló una bajera en la calle Monasterio de Irache, en un primer momento la utilizaron como almacén —en sustitución del de la calle Amaya—, y fueron llevando allí el fondo antiguo, y más tarde la abrieron ya como librería. Hacia 1981-1982 vendió El Bibliófilo —el local y el nombre—. Mientras mantuvieron los locales de Carlos III y Monasterio de Irache las dos librerías se llamaban El Bibliófilo, y una vez que vendió, la librería de Monasterio de Irache pasó a llamarse Iratxe Librería Antiquaria. Esta es la librería que he regentado yo y que hace ahora tres años trasladó sus locales a la Bajada de Javier. Como librería Iratxe también tuvimos un local en la calle Paulino Caballero, sería hacia 1986-1988, pero el alquiler era altísimo y hubo que dejarlo.

El nombre de El Bibliófilo lo recuperó mi hermana pequeña, María; ella trabajaba en Xalbador y un día decidió instalarse por su cuenta junto a una amiga y socia, y montó una librería en la calle Mayor; serían los años 1994-1995; estuvieron poco tiempo allí y ahora se dedican a viajar de feria en feria, centrándose en el libro antiguo, con una clientela fija y manteniendo un almacén.

Problemas con la censura

Kike: A pesar de que El Bibliófilo estaba situado junto al Gobierno Civil, vendía muchos libros entonces prohibidos, la mayor parte editados en Sudamérica, libros de editoriales como Porrúa, Ruedo Ibérico, Ekin de Buenos Aires. Estaban en una trastienda pequeña, casi como una mesa. Los libros nos llegaban por correo, a domicilios particulares —por ejemplo a casa de una tía nuestra—, y en las facturas nunca constaban los títulos reales, podían poner “Evangelios” y tratarse de cualquier cosa. Hay que tener en cuenta que existían controles policiales e inspecciones, aunque nunca tuvimos problemas serios; siempre se reconocía a los inspectores y cuando pedían un libro mi madre contestaba “…pero si eso no se puede tener”. Yo no me acuerdo de aquello, solo lo que oía contar a mis padres y hermanos. Cuando era más mayor, estando en COU, sí recuerdo que me tocó ver el secuestro de alguna revista, creo que Cambio 16, Punto y Hora y otras.

Marcela: Yo también me acuerdo del secuestro de revistas y tengo una anécdota a propósito con mi madre; vinieron unos inspectores preguntando por una revista y mi madre les contestó “…no, pues no tengo”, y yo que era pequeña e inocente le decía delante de ellos “…pero si hay aquí abajo” (risas), y mi madre casi me fulmina con la mirada.

Kike: la clientela que compraba estos libros era conocida y en ese aspecto no había problemas.

La librería Abárzuza de la calle Santo Domingo

Marcela: Estamos con la Librería Abárzuza de la Calle Santo Domingo desde 1993. Yo trabajaba en la librería de la calle Nueva con mis padres; mi madre se quedó viuda muy joven, nosotros éramos cinco hermanos y el negocio no daba para todos, por lo que yo decidí irme a trabajar a la librería Xalbador que acababa de abrir, era el año 1984; allí estuve alrededor de seis años y a continuación, junto a mi marido, que también trabajaba en Xalbador, me trasladé a la librería Xalem, abierta conjuntamente entre Xalbador y los Cines Golem en el pasaje de la Luna. Estuvimos alrededor de dos años y entonces decidimos instalarnos por nuestra cuenta. Entretanto la librería de la calle Nueva, que llevaba mi hermano pequeño, Víctor, había tenido que cerrar por circunstancias ajenas a su voluntad. Por eso cuando abrimos la librería de la calle Santo Domingo decidimos recuperar el nombre de Librería Abárzuza; no fue una decisión fácil, incluso estuvimos pensando poner otro nombre ya que el cierre de la librería en la calle Nueva había sido algo traumático, pero al final nos decidimos.

En la librería estamos especializados en temas de Euskal Herria, haciendo hincapié en todo lo relacionado con Navarra. —Recuerdo que mi madre fue de las primeras en introducir libros en euskera, lo poco que había en aquel tiempo, por ejemplo cartillas de la escuela—. Además tenemos librería general, papelería y algo de regalo. Mi idea era montar solo librería, pero tal como está el mercado necesitas de la ayuda de la papelería para tirar del negocio ya que deja un mayor margen de beneficio. También tenemos una pequeña sección de libros de ocasión; tuvimos el proyecto de abrir una librería exclusivamente de libros de ocasión; fue en la calle Mercaderes, hacia 1996, pero nos ocurrió lo mismo que a Kike, que el alquiler del local era tan elevado que tuvimos que desistir.

Relación con editores y distribuidores

Kike: Casi todos los editores y distribuidores que yo tengo están muertos (risas) [en su librería trabaja con libro antiguo]. Yo me surto fundamentalmente de particulares, gente que se desprende de sus libros, lo que puedo comprar en otras ferias, a otros compañeros…

Marcela: Nosotros trabajamos con editoriales y distribuidoras. Yo siempre me quejo del sistema que tienen de distribuir los libros, las librerías parecemos los bancos de las distribuidoras; éstas te mandan todas las novedades, bueno, quizás seleccionan adaptándose a tu librería, pero siempre se pasan mucho. Tú siempre tienes que adelantar el dinero, aunque luego tengas opción a hacer devoluciones al siguiente mes; es una pelea que tengo desde que me salieron los dientes, y es una pelea que no hay manera de solucionarla porque a editores y distribuidores no les interesa; por eso las librerías pequeñas subsistimos a duras penas si queremos tener novedades. Una de nuestras reivindicaciones es que las novedades vengan en depósito, un depósito temporal por ejemplo de 90 días, y cumplido ese plazo tener opción a devolver lo que ves que no tiene salida, y que en la misma factura te hagan el cargo y el abono; esosería lo lógico, pero todavía no lo hemos logrado.

Las Ferias del Libro

Kike: Hace años el cliente de una librería como la mía de libro antiguo era bastante selecto, un tanto distinguido; hoy en día eso ha cambiado bastante; la instalación de ferias de libro antiguo y de ocasión pienso que ha contribuido a abrir más el mundo del libro antiguo, ha servido para que gente más joven se interese por él. Junto al libro antiguo cada vez se vende más el de ocasión. Yo hago otras ferias aparte de la de Pamplona, voy a Valladolid, Vitoria, algunos años a Salamanca o Bilbao. A veces tienes un volumen de libros en la librería que no vendes en Pamplona y necesitas ir a otras ciudades para intentar colocarlos; es cierto que ahora está todo muy globalizado pero a pesar de todo en unas ciudades salen más unos temas que en otras. Las ferias del libro antiguo y de ocasión más importantes son las de Madrid, Valencia, Barcelona y Sevilla; y después la de Pamplona se sitúa en un puesto relevante junto a las de La Coruña o Santander.

Marcela: Nosotros hacemos dos ferias del libro, la del libro nuevo —en junio—, y ahora la del libro antiguo y de ocasión, en la que vendemos sólo libro de ocasión. Para una librería pequeña como la nuestra resulta rentable salir a estas ferias, sobre todo por el hecho de que te das a conocer más, y luego notas una mayor afluencia en la librería; también es rentable porque el nuestro es un negocio familiar en el que no cuentas las horas que metes, ni el esfuerzo.

Algunas anécdotas

Marcela: Cuando mi madre llevaba la librería, en una ocasión un cliente quiso regatear con el precio de un libro, lo hizo hasta tres veces pero mi madre no cedió y el cliente se fue sin el libro, y entonces ella lo escondió; al rato volvió con la pretensión de comprar el libro a su precio y mi madre le contestó que lo había vendido. Ella necesitaba el dinero pero pudo más su dignidad.

Kike: Mi madre leía mucho; había una librería, no recuerdo su nombre, ya no existe, a la que solía ir y el librero le dejaba libros para que se los leyera y luego le diera su opinión para aconsejarlos o no a sus clientes. Siendo mis padres novios, mi madre puso muchos de sus libros para llenar el local, para empezar con algo.

Kike: Hace unos años aprendí de un librero de Gijón a tener una especie de despego por los libros que tengo a la venta; ahora por ejemplo tengo un libro “La Guerra civil de Pamplona”, editado en 1847, escrito en lengua limousine o provenzal, es un libro muy bonito, y me da mucha pena desprenderme de él, pero es que yo vivo de eso; otra cosa es el apego que tengo a mis libros, a libros que me quedo para mí, a esos les tengo mucho cariño, pero de vez en cuando también hay que hacer un expurgo. Y aquí ponemos punto final a la charla mantenida con Marcela y Kike, de la saga de los Abárzuza, que, aunque manifiestan que prefieren que sus hijos elijan otros trabajos (“…que saquen unas oposiciones o algo así…”), seguro que ya les están transmitiendo su pasión por las librerías, de forma que pronto alguno de ellos seguirá sus pasos.

Los Abarzuza en ASNABI

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